Tras ya haberlo pensado antes, después del Día de Reyes mi idea se vio bastante reforzada. Después de que mis primas pequeñas abrieran los cuantiosos regalos que ya son típicos en todos los días de reyes comenzaron a jugar con los presentes que les habían dejado.
Sin embargo, los juguetes con los que jugaban y que más ilusión les hizo no fueron los más modernos, sino todo lo contrario, los más simples y que son “de toda la vida”. Al igual que yo recuerdo de mi propia experiencia, los muñecos más simples eran con los que yo más tiempo pasaba jugando. El ejemplo más claro para explicar esto es el conocido muñeco Playmobil; es un tipo de muñeco bastante simple en lo referente a de qué está hecho y su funcionamiento; la articulación del juguete se ciñe a mover los brazos, las manos en movimientos circulares; el cuello y las piernas (Ambas a la vez) en un movimiento de cuarenta y cinco grados para estar de pie o sentado.
Aunque simple, este muñeco ha tenido desde su creación un éxito asombroso entre los niños. Es un juguete que no te dice cómo tienes qué jugar, dónde, etc.; es un juguete que te da total libertad para imaginar. Y esto, es quizás lo más importante que tiene que tener un juguete: la capacidad, o la casi intrínseca necesidad de favorecer la imaginación y, por tanto, la creatividad en los más pequeños.
A pesar de que lo planteo con un objeto infantil, creo que si un objeto es complicado, en ocasiones, no tiene para nada asegurado que sea creativo ni su éxito. Muy al contrario, creo que aunque un objeto pueda parecer simple en exceso, si la idea o la función que desempeña es creativa, no importa nada más pues tenemos capacidades y aptitudes suficientes como para hacer el resto. Además, este hecho cumple una de las mejores funciones posibles: que se desarrollen diferentes capacidades imaginativas y cognoscitivas, lo cual es beneficioso para el crecimiento tanto de las mentes infantiles como para las mentes adultas.
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